toma de conciencia

TOMA DE CONCIENCIA
Conclusiones Generales. Para el juicio común de los psicólogos, la toma de conciencia sólo consiste en una especie de esclarecimiento que no modifica ni añade nada, sino la visibilidad de lo que ya se había dado antes que se proyectase la luz sobre algo. Freud llega a comparar la conciencia con un "órgano interno de los sentidos", entendiéndose, en su perspectiva, que la sensación se limita a recibir una materia exterior, sin ser susceptible de transformarla. No obstante, nadie ha contribuido más que él a hacernos considerar lo "inconsciente" como un sistema dinámico en actividad continua. Nuestras investigaciones presentes se encaminan a reclamar poderes análogos a favor de la conciencia en sí misma. En efecto, y precisamente en la medida que se desea señalar y conservar las diferencias entre lo inconsciente y la conciencia, es preciso que el paso de lo uno a la otra exija reconstrucciones y no se reduzca, simplemente, a un proceso de esclarecimiento; por eso cada uno de nuestros capítulos ha mostrado que la toma de conciencia de un esquema de acción transforma éste en un concepto, ya que esa toma de conciencia consiste esencialmente en una conceptualización. I. Las razones funcionales de la toma de conciencia. Mas si hay ahí un comienzo de respuesta a la cuestión del "cómo", demasiado descuidada en cuanto a la toma de conciencia (incluso cuando, con razón, se hace depender de los procesos psicológicos de la "vigilancia"), subsiste el problema del "porqué", es decir, de las razones funcionales que desencadenan su constitución. Acerca de esto, ya CLAPAREDE había aportado una contribución interesante, relativa a la conciencia de la semejanza y las diferencias entre objetos, mostrando que los pequeñuelos, a la edad en que generalizan a ultranza, adquieren antes conciencia de los caracteres diferenciales que de las similitudes: serían, pues, los factores de desadaptación los que ocasionarían la toma de conciencia mientras que ésta continuaría siendo inútil cuando el funcionamiento (aquí, las generalizaciones fundadas en la semejanza) se adaptase normalmente. Esa observación de CLARAPADE entraña una gran parte de verdad; pero creemos útil, cuando se trata efectivamente de desadaptaciones, completarla haciendo intervenir el mecanismo de las regulaciones: en tales casos, lo que desencadena la toma de conciencia es - lo hemos visto incesamentemente- el hecho de que las regulaciones automáticas (por correcciones parciales, en negativo o en positivo, de medios ya en acción) no bastan ya: e importa entonces buscar nuevos medios para un reglaje más activo, y, en consecuencia, fuente de elecciones deliberadas, lo que supone la conciencia. Hay pues, en eso la desadaptación; pero el mismo proceso activo o automático) de las readaptaciones es tan importante como ella. Por otra parte, ese papel de las regulaciones demuestra que la toma de conciencia está lejos de sólo constituirse con ocasión de tales desadaptacioens. Hemos comprobado, por ejemplo, la formación de tomas de conciencia tardías, pero nomenos efectivas, en los casos de andar a gatas (capítulo II), sin que intervengan ninguna desadaptación en tales acciones. Más aún: cuantas veces el sujeto se propone alcanzar un nuevo objetivo, es consciente, haya sido su logro inmediato o espués de varias tentativas; no se puede sostener que la elección (o incluso la aceptación por sugestión) de un objetivo nuevo sea, necesariamente, el indicio de una desadaptación. Conviene, pues, situar las razones funcionales de la toma de conciencia en un contexto más amplio que el de las desadaptaciones, pero que comprenda a éstas como el caso particular no descuidable. Situándonos primeramente en el punto de vista de la acción materia, para pasar seguidamente al pensamiento como interiorización de los actos, la ley general que parece resultar de los hechos estudiados es que la toma de conciencia va de la periferia al centro, si se definen tales términos en función del recorrido de un comportamiento dado. Este comienza, efectivamente, por la persecución de un fin; de ahí los dos observables iniciales que podemos denominar periféricos como unidos al desencadenamiento y al punto de aplicación de la acción: la conciencia del objetivo a alcanzar, o dicho de otro modo, de la intención como dirección global del acto, y la toma de conciencia de su terminación en fracaso o acierto. Más precisamente, no definiremos la periferia por el objeto ni por el sujeto, sino por la reacción más inmediata y exterior del sujeto frente al objeto: utilizarlo según un fin (lo que, para el observador, significa asimilar ese objeto a un esquema anterior) y tomar nota del resultado obtenido. Estos dos términos son conscientes en toda acción intencional, mientras que el hecho de que el esquema asignador de un fin a la acción desencadene inmediatamente la puesta en marcha de los medios más o menos apropiados, puede continuar siendo insconscientes (como l demuestran las múltiples situaciones estudiadas en esta obra, en la que el niño ha logrado su finalidad sin saber como ha procedido). Diremos, entonces, que la toma de conciencia, que parte de la periferia (objetivos y resultados), se orienta hacia las regiones centrales de la acción cuando trata de alcanzar el mecanismo interno de esta: reconocimiento de los medios empleados, razones de su elección o de su modificación durante el ejercicio, etc. Pero ¿por qué ese vocabulario de "periferia" y "centro", cuando si el resultado de la acción es, seguramente, periférico con relación al sujeto, el hecho de asignar un fin a esa acción implica mayoría de factores internos, aunque esté, en parte, condicionado por la naturaleza del objeto? Hay hay dos razones. La primera es que esos factores internos escapan precisamente, por lo pronto, a la conciencia del sujeto. La segunda, muy general, es que, ateniéndonos a las reacciones de éste, el conocimiento parte no del sujeto ni del objeto, sino de la interacción entre los dos; es decir, del pinto (P) de la figura, punto que es efectivamente periférico con relación tanto al sujeto (S) como al objeto (O). De allí, la toma de conciencia se orienta hacia los mecanismos centrales C de la acción del sujeto, mientras que la toma de conocimiento del objeto se orienta hacia sus propiedades intrínsecas ( y, en ese sentido, igualmente centrales C'), y no ya superficiales, aunque aún relativas a las acciones del sujeto. Ahora bien, como veremos después, los pasos cognitivos hacia C' y hacia C son siempre correlativos, y esa solidaridad constituye la ley esencial de la comprensión de los objetos, como la conceptualización de las acciones. Imagen 1 Pero, previamente, tratemos de proseguir el análisis de las razones funcionales de la toma de conciencia de acción propia. Esta parte, pues, de la persecución de un objetivo; de ahí la comprobación (consciente) de un acierto o de un fracaso. En caso de este último, se trata de establecer por qué se ha producido, y eso lleva a la toma de conciencia de regiones más centrales de la acción: partiendo de lo observable en el objeto (resultado fallido), el sujeto buscará en qué puntos ha tenido falta de acomodación del esquema al objeto, y, a partir del observable de la acción (su finalidad o dirección global) dedicará su atención a los medios empleados, sus correcciones o eventuales cambios. Así, por un vaivén entre el objeto y la acción, la toma de conciencia se aproxima por etapas de mecanismos internos del acto y se extiende, pues de la periferia P al centro C. En tales casos se verifica el análisis de CLARAPADE sobre las relaciones entre la toma de conciencia y la desadaptación; pero tenemos que añadir ahora el porqué de esas relaciones es, precisamente, que las desadaptaciones se producen en la periferia P de la acción, lo que imprime a la conciencia de ésta una dirección centrípeta en C, a la vez que orientada hacia la comprensión del objeto en C'. Además, hemos de consignar (capítulo I) que una toma de conciencia se constituye incluso sin ninguna desadaptación o, dicho de otro modo, aunque el objetivo inicial de la acción se haya conseguido sin ningún fracaso. En este último caso, si el progreso de la conciencia no depende ya de las dificultades de la acción, sólo puede proceder del proceso asimilador en sí. Señalarse un fin frente al objeto es ya asimilar a éste a un esquema práctico, y, en la medida en que el objetivo y el resultado del acto proporcionan toma de conciencia, aun permaneciendo generalizables en acciones, el esquema se convierte en concepto, y la asimilación se hace representativa, es decir, susceptible de evocaciones en extensión. En consecuencia, tan pronto como son comparadas las situaciones distintas, surgen inevitablemente los problemas: ¿por qué tal objeto es más utilizado que otro? ¿ por qué una variación en los medios es más eficaz o menos?, etc. En tales casos, el proceso asimilador, promovido al rango de instrumentos de comprensión (véase, después, el apartado I), recaera, simultáneamente, en los objetos y en las acciones según un vaivén continuo entre las dos clases de observables, y no hay razón alguna para que el mecanismo de las tomas de conciencia de la acción, ya que ésta depende de aquella y recíprocamente. Esto no quiere decir que las desadaptaciones (¿por qué tal medio ensayado es infructuoso?) no desempeñen ya un papel; pero esto no es sólo momentáneo o local, y los problemas positivos (el porqué de los aciertos) resultan lo esencial con el reglaje activo dentro de los titubeos: el carácter inevitable de la necesidad de una explicación causal no podría, efectivamente, quedar reservado al solo dominio de los objetos, ya que éstos únicamente son conocidos a través de las acciones. En un apalabra: la ley de la dirección de la periferia (P) a los centros (C y C') no podría limitarse a la toma de conciencia de la acción material, puesto que a ese nivel inicial hay ya paso a la conciencia del fin (así como del resultado) a la de los medios, esta interiorización de la acción conduce por eso mismo, en el plano de la acción reflejada a una conciencia de los problemas que se han de resolver, y de ahí, a la de los medios cognitivos (no ya materiales) empleados para resolverlos. Esto lo hemos advertido muchas veces cuando se le pregunta al niño cómo ha llegado a descubrir tal o cual procedimiento: mientras que los muchachos se limitan a relatar sus acciones sucesivas (e incluso a reproducirlas con gestos y sin palabras), emplean luego expresiones tales como "ha visto que...", "me he dicho entonces..." o "he encontrado la idea...", etc.

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